Carnaval de Negros y Blancos entona ritmos andinos para cantarle a la tierra.

Ares Biescas Rué – EFE

El segundo día de esta festividad, la principal de Nariño, unió a miles de personas para celebrar «Un canto a la tierra» y homenajear con distintos motivos la naturaleza, la protección del territorio o los saberes ancestrales indígenas.

Con un mosaico de colores y al son de ritmos andinos, Pasto le cantó este viernes a la tierra en el Carnaval de Negros y Blancos, una fiesta pagana con origen en el siglo XIX que mezcla elementos andinos, criollos y africanos.

El segundo día de esta festividad, la principal de Nariño (departamento fronterizo con Ecuador), unió a miles de personas para celebrar «Un canto a la tierra» y homenajear con distintos motivos la naturaleza, la protección del territorio o los saberes ancestrales indígenas.

Ataviados con disfraces vistosos, máscaras de papel y con las caras pintadas de maquillaje, miles de jóvenes y adultos salieron a bailar por las principales calles de la ciudad montañosa, haciendo valer la fama del carnaval, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009.

(Lea: Último día de carnaval: Pasto se llena de color con su Desfile Magno)

La festividad, la más importante del sur del país, vertebra la vida de los 2.500 participantes que durante todo el año ensayan las coreografías y luchan por mantener vivos los colectivos coreográficos, los grupos de baile y música que conformaron el desfile de hoy.

AMOR POR LA TIERRA
Las propuestas musicales y coreográficas de los 11 colectivos que bailaron al son de los ritmos andinos giran en torno a una temática que se repite cada año: un canto a la tierra y a la «pachamama» con la cultura andina de batuta musical.

Aun así, las interpretaciones de esta temática varían con cada edición, y en esta ocasión el colectivo Amaru quiso poner énfasis en el amor como un elemento más de la naturaleza, más allá del agua, la tierra, el fuego o el aire, explicó a Efe su directora, Fernanda Chávez.

Con la cara pintada de azul y rosa y haciéndose escuchar por encima de la música, Chávez reconoció la dificultad que supuso intentar plasmar en el diseño de los ropajes el «allin munay», un concepto quechua que significa «el poder del amor».

Aun así, «el amor y la tolerancia van más allá de los vestidos y forman el tejido de la organización, que agrupa a personas de contextos y realidades diferentes», agregó Chávez, mientras sostenía en la cabeza un sombrero azul y verde enorme, con motivos indígenas y ancestrales.

El traje de este colectivo trae bordado el símbolo de la organización, que es el «amaro» o serpiente celeste, y en él prima el color azul, púrpura y verde, así como las alusiones a la Whipala, la bandera de los pueblos indígenas, presente en casi todos los grupos de bailarines.

RITMOS ANDINOS
Las notas de la zampoña, una flauta pequeña de los altiplanos de Perú y Bolivia, se mezclaron con los ritmos del shekere, un instrumento de percusión africano; de los tambores; de los wuiros, y de las chajchas, hechas con pezuñas de animales andinos como la llama y la alpaca.

La ubicación de la ciudad de 300.000 habitantes conecta los ritmos e instrumentos colombianos con los de toda la región andina, que permean en el carnaval, caracterizado por ser la fiesta del mestizaje.

Pablo Hernández, coordinador del Área Musical de Amaru, con 35 años a sus espaldas en el carnaval, explicó a Efe que el proceso de recolección de nuevas composiciones empieza semanas después de que termine la fiesta.

Entonces inician la investigación y la búsqueda de nuevos ritmos, escarbando «en Internet o buscando cassettes antiguos que no se encuentran en otros sitios».

La música, una composición de 15 minutos, acompañó a los «zanqueros» (acróbatas subidos en zancos) y fue el combustible para los bailarines de este colectivo, que compite con los otros diez para acompañar a las carrozas en el desfile.

El desfile de este viernes es la antesala de la fiesta grande de los próximos días, en los que los artesanos mostrarán su mejor artillería: las carrozas inmensas que han construido durante todo el año y que presentarán el 6 de enero en el Desfilo Magno.

Pasto se convierte estos días en una ciudad insomne, los artesanos trabajan hasta altas horas de la madrugada ultimando los detalles de las carrozas, la luz se cuela por la rendija de los talleres polvorientos, y su desvelo se solapa con los jóvenes que madrugan para terminar sus maquillajes y disfraces.

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